miércoles, 15 de junio de 2011

La última barrera




Bailé entre las notas de mi amor, hasta que mis huesos se dislocaron y tuve que caer. Me dejé acariciar por el olor de su desnudez, hasta que me asfixió el gas del vacío. Besé el sonido de mi silencio, hasta que se me desgarró la garganta de tanto gemir.  Lloré la falta de su ausencia, hasta que me vi enterrada entre la multitud de gente sin rostro ni pensamiento. Soñé los destellos borrosos de mi realidad, hasta que abrí los ojos, y  me quedé dormida. Sufrí la ceguera de un vidente, que me desequilibraba con el grito agudo de un corazón sin voz, hasta que me arranqué los ojos y pude ver la sangre podrida que no hallaba salida. Gocé el contorsionismo de un parapléjico, hasta que la parálisis de los sueños absurdos y estúpidos se apoderó de mi tetraplejía y me dejó moribunda.
Me acosté en un hilo de lino, hasta que me comenzó mi rebeldía y me enredé en mi propio lecho.
Hice el amor con el cuerpo más perfecto, con la mente más sabia, y con el amor de mi vida, hasta que terminé lamiendo los besos y acariciando las caricias.
Como mujer maiko, que aprende la perfección de los errores y la agonía del triunfo.
Que es esclava de su prisión y rea de su infierno, que duerme al dragón dormido y le grita al oído a la princesa aburrida.
Busqué redención bajo las alas de Lucifer, hasta que le arranqué una pluma  y me abrí las venas. Vendí mis habilidades, repartiendo sonrisas y ganando placer, hasta que las mentes ignorantes empezaron a arrojarme rosas de recelo. Me pinté de rojo, presionando el bilé contra mis labios hasta hacerlos llorar. Cuando noté que la sangre ya iba por mi ombligo, supe que mi meta había sido cumplida. Como una geisha que nunca regresará a su okiya, como un ángel que nunca le servirá a Dios. Sólo una esencia que vive para sí. Perdón por manchar el mantel.

Hidaly Jett [31’03’2011]