domingo, 21 de agosto de 2011

UN RELOJ

Entró a la tienda de relojes, amplia y descuidada. Atendía el señor Duncan, que ya era bastante viejo y a veces alucinaba.
-Buenas tardes, Duncan. Hace unos meses me vendió este reloj. ¿Me recuerda?
La miró extrañado, analizando cada centímetro de su afilado rostro. Tez blanca, ojos miel, y cabello castaño. Boca roja y dientes blancos. Se perdió unos segundos en su mar de pensamientos, como si estuviese recordando a alguien muy querido. Era un viejo misterioso...
-Cómo olvidar esos ojos, Allison... Esos tres lunares bajo el ojo derecho la hacen irreconocible. Su madre era una mujer muy criticada por el pueblo - siguió hablando sobre Karen, mientras Allison apretaba los puños, odiaba que hablaran sobre su madre. Duncan pareció darse cuenta y terminó con la incómoda conversación -, pero veo que no soy nadie para hablar sobre ella, ¿o sí?  Permítame verlo, señorita...- dijo y estiró la mano para tomar el aparatico -  Mmm, sí... Ohh, ya veo... ¿Cada cuanto lo limpia, Allie?
-Cada tercer día, como usted me lo recomendó. Sin tocar el segundero, por supuesto.
 El señor Duncan no era un viejo cualquiera, se decía que vendía corazones en forma de reloj.
Allison, tan hermosa y perfecta siempre, tan firme y dura. Era de hierro, era de cristal, era perfecta. Tan perfecta que molestaba.
Le gustaba comprar relojes, los colgaba en sus paredes y sonreía al verlos. Bailaba conforme se movían las manecillas, pero nunca los conservaba. Allison tenía un reloj oculto, el que le compró a Duncan. Usaba el minutero, usaba el horario pero sabía que el segundero nunca debía tocarlo. El segundero es la base de todo, si el segundero se descompone, se descompone el reloj.
-¡Demuéstrame que me quieres, demuéstramelo! – decía el – y ella se  cortaba en las piernas su nombre. – ¡¡Dime que me quieres , dímelo!! – ordenaba Arturo y ella se rompía la garganta gritándole poemas de amor.
Se compró un reloj, ese reloj que se veía tan bello dentro de la vitrina transparente e impecable. Lo compró, y lo colgó en su recámara.
Gozó con sus “Tic-Tock”, se enamoró de sus “Koo-Koo”, soñaba con  sus ojos, y dormía con su reloj.  
“Sí, me enamoré. No creo en Dios, ni en los Reyes Mayos. Creo en los unicornios, y creo en el amor.”
-Bésame, mi amor- dijo Arturo suavemente al oído de Allison – sabes que me encanta besarte. – Y sus labios se fundieron en un beso apasionado, su lengua recorriendo su boca, sus labios deslizándose por su cuello.
-No quiero enamorarme- susurraba ella- eres hermoso, y no puedo evitar enamorarme de ti.
Su reloj está bajo llave, nadie podía siquiera verlo. Pero a ella le gustaba juguetear los otros relojes, adelantaba sus minuteros, y atrasaba sus horarios. A veces, hasta rompía sus segunderos.
Pero nunca debía tocarse el suyo, se decía que era de acero. Jamás podría romperse.
-Arturo, creo que debemos dejar de vernos. – escupió mientras ladeaba la cabeza.
-¿Estás loca? ¿Por qué me dices esto? – la abrazó y quiso besarla.
-Creo, que estoy enamorada. – y escurrió una lágrima por su mejilla.
-Mi amor, yo también estoy enamorado de ti. – la besó.- ¿Cuál es el problema?
-No me estás entendiendo, conocí a otro, y me siento enamorada de él…
-Te amo Allison, no necesito respuesta, te amo – confesó con la voz quebrada y la besó una vez más.- Tus besos son iguales siempre, con la misma intensidad, con el mismo fuego.
Se dejó conocer, se dejó enamorar. Mostró su reloj y tocó el segundero.
El segundero es frágil, no puede sentir emociones exageradas, ni tristezas profundas, ni enamoramientos. Menos enamoramientos. Pero quiso repararlo, cuando veía sus ojos, los segundos caminaban lentamente, cansados y esperando que el momento fuese eterno. Cuando besaba su cuello, corrían y bailoteaban alrededor del cuarto rojo. Se alejaron, y se debilitó la aguja. Se fue rompiendo al ver que se había enamorado, demasiado profundo esta vez. Se le rompió el amor de tanto usarlo, se le rompió el corazón de ser tan enamoradiza. Intentó usar cinta adhesiva para que no se moviera, pero los celos quemaban la tela y debilitaban la manecilla. Intentó cocerla con otros hilos de algodón que encontró en otros labios, pero se rompían al ver su sonrisa perfecta.
“Te va a costar trabajo enamorarme. Te va a costar trabajo” pensaba.
-No te pienso esperar toda la vida, Allison. No podré soportar ver que eres de otro hombre, que otro te bese, que otro te toque, que otro te haga el amor.
Pero su reloj había sido descubierto, tocado y medido. No se limitó, y dejó que tocasen su delicado segundero. Se enamoró, se enamoró tanto que no pudo con ningún otro reloj.
Le parecían huecos, corrientes, mal-hechos, porque en su mente y en su corazón sólo había espacio para Arturo.
Ese beso, esos besos, tu lengua recorriendo mi boca, tus labios erizando mi cuello.
Caricias que quemaron mi cuerpo & detuvieron mi corazón, esas caricias rudas & deliciosas.
-Necesito cambiar este reloj, Duncan. Ya no me funciona, el segundero está más que descompuesto.- se quejó Allie mientras azotaba el reloj sobre el mostrador- Mire, mire ahí- dijo señalando la aguja más delgada del aparato- ¿se da cuenta que de repente se detiene? Ahh, pero no basta ahí. Tiembla y me mueve la hora. -Duncan, que ya estaba acostumbrado a ese tipo de quejas, miraba a la chica quejarse y de vez en cuando sonreía burlón. – mírelo justo ahora, lo está haciendo ¡de nuevo!, siempre lo hace, y ya estoy har…
-¡¡Cariño!!-interrumpió Duncan con su voz ronca- podría escucharte toda la tarde si quisieses, pero me espera una clientela que DE VERDAD SABE CUIDAR SU RELOJ –y enfatizó estas últimas palabras- ándate a acomodar tus pensamientos, es preciso que lo arregles tú misma. No puedo ayudarte, no está en mis manos.
El reloj está bajo llave, y ésta te será difícil de hallar. Es de oro, es de oro y se quiebra fácilmente. No debes tomarla muy suave o se te resbalará. No la aprietes mucho o se quebrará. Pero tampoco la tengas siempre bajo la manga porque puede extrañar el aire libre, o bien derretirse.
Me enamoré, estoy enamorada de sus ojos y de sus labios.
¿Para qué negar que fue sólo un sueño?
Si se terminó en cuanto me levanté del suelo, con las lágrimas en las mejillas & tu brazo sobre mi hombro.
Tocó la puerta de la casa, vieja y de mal aspecto.
-Buenas tardes, Allison. Hace unos meses le vendí un reloj. ¿Me recuerda?
Lo miró extrañada, analizando su arrugada y vieja carita que reflejaba tristeza y cansancio.
-Para serle sincera, no. ¿Qué desea? – contestó ella con hurañía.
-Le vendí un reloj hace no mucho tiempo, ya era bastante viejo, pero se lo dí en oferta.
Ella frunció el ceño, lo escaneó de pies a cabeza y apretó el puño.
-Ah, sí. El reloj en oferta. Pase por favor- dijo y le dio la bienvenida a su casa.
Duncan entró con pasos lentos, pero muy firmes. Jorobado y con la cabeza agachada, caminó unos cuantos metros y se detuvo. Alzó la mirada con sigilo y comentó amablemente.
-Tiene una casa muy extravagante, no todos los habitantes de Western tienen colgados más de doscientos relojes en sus paredes.
-Hágame un favor y dígame a lo que vino.- dijo ella con fuerza y casi con crueldad. Cerró la puerta y se recargó en ella. Duncan se apenó un poco y con sus manos arrugadas sacó un cofre de su maleta.
“¿Tienes idea de lo que hay en este cofre? No, no tienes idea, porque no hay nada”
-¿Reconoce esto?- preguntó el. Allison abrió la boca, y en cuestión de segundos había millones de lágrimas recorriendo sus mejillas.
-No puedo creerlo, no puedo creerlo…- Tomó el cofrecito como si fuese de cristal. Intentó abrirlo, pero no hallaba la llave en el lugar secreto. Miró al viejo con desconfianza y confusión. Sus ojos nadaban en lágrimas.
-De eso quería hablarle, encontré el cofre en mi terraza, pero no tengo idea del paradero de la llave que lo libera. Usted, que es la dueña, debería saberlo.  Tal vez mirándolo y recordando, usted podría…
“Yo no puedo hacer nada, la llave fue desintegrada por el calor de sus berrinches y la fuerza de su egocentrismo. Para él, ya no hay llave
-Creo que Arturo la tiene, la última vez que discutimos, recuerdo que la tomó de broma y me amenazó con romperla. – se quedó callada por unos segundos y reaccionó al instante- pero no, Arturo murió hace unos meses. Es imposible que aún este en su casa. Es simplemente imposible.
“¿Qué más da seguir adelante, contando tontas historias de amor? Ya, Allison. Supéralo. El está en otro mundo, con otro pasado y un futuro mejor. Déjalo ir, que el te soltó hace mucho…”

Y al final  lo que quería probar era que podía mover mundos. Y lo logró